Un policía local en la cabalgata de la capital.
La cabalgata no solo recuperó su recorrido tradicional, sino que además estrenó seguridad privada. El Ayuntamiento recurrió a una empresa privada para vigilar el acto más multitudinario del carnaval, ya que con los efectivos de la Policía Local no se cubrían las dotaciones de personal necesarias para garantizar la seguridad.
Desde la organización de la fiesta se aclaró que la contratación de los vigilantes privados estuvo autorizado por la Delegación del Gobierno en Canarias, «pero no para suplir a los policías, sino para complementar su labor».
El Ayuntamiento ha tenido que recurrir a una contratación de vigilantes privados debido a que el impago de las horas extra a los policías locales hizo que éstos no se presentaran como voluntarios a este servicio. «Hacía falta unos 150 policías para el evento y solo disponemos de unos ochenta con los del turno ordinario», explicó el portavoz de USPB, Víctor García, «se contrató a cuarenta vigilantes de la empresa Cenpol». El representante de los policías indicó que «pediremos el plan de seguridad y demandaremos en el juzgado esta invasión de competencias y que se haya realizado el evento en estas condiciones, sin los efectivos necesarios para garantizar la seguridad ciudadana».
Las horas extras de la Policía Local no se pagan desde junio. «No tiene dinero para pagar las horas extra pero sí para contratar una empresa privada».
Desde UGT, José Antonio Alonso advirtió de que se trata de «la primera vez» que se recurre a agentes privados para la seguridad de la cabalgata del carnaval. «Entiendo que no tienen competencias para ello porque la vía pública corresponde a los agentes», indicó, «creo que es ilegal».
Los disfraces destacaron por su originalidad.
El carnaval no entiende de vergüenza. Y en ese sentido, despojado del pudor, el cuerpo es un territorio maleable, amoldable a cualquier disfraz. Solo así se explica que en la misma cabalgata, se mezclen la mascarita laboriosa, la que refleja un esfuerzo concentrado de imaginación, y la extrovertida desaliñada, a la que le bastan unas pajitas engarzadas en la cintura para remedar una falda hawaiana.
Pero así es esta fiesta, única, porque caben todos con sus disfraces, con sus pañoletas y sus antifaces, unidos por ese pegamento que inyectan las ganas de pasarlo bien.
Desde primeras horas de la tarde, La Isleta volvía a supurar el ambiente festivo. Y mareas de mascaritas subían por El Sebadal para dirigirse a sus respectivas carrozas.
La diversión relativiza los segundos. Por eso, caminar tres horas y media para cubrir el trayecto entre el castillo de La Luz y el parque de San Telmo se pasa en un suspiro.
Aún así, la caravana siempre se hace rogar y hay que esperar más allá de la medianoche para ver pasar la última de las 106 carrozas. Aunque la reina del carnaval, Erika Echuaca, y el resto del séquito carnavalero y de los grupos de cabecera, llegaron a San Telmo en torno a las 20.30 horas, no fue hasta media hora después que alcanzó la meta la primera de las carrozas. La caravana seguía a su ritmo y hasta las ocho de la noche la mitad de la comitiva seguía en El Sebadal. En torno a esa hora, la número 61 salía de la urbanización industrial. Luego, la cabalgata apresuraba el paso y una hora después ya no quedaba rastro de la fiesta en El Sebadal.
Mientras tanto, el tráfico respondía con bastante fluidez al dispositivo de tráfico organizado desde el Ayuntamiento. Según la Policía Local, no se registraron retenciones en ningún momento en la GC-1, y solo hubo una pequeña acumulación de vehículos en la GC-23 debido al cierre de los túneles de Julio Luengo, pero que no fue más allá.
Tampoco se registraron incidentes de seguridad. Al cierre de esta edición tan solo se habían producido algunas pequeñas peleas que se saldaron sin consecuencias graves.
El dispositivo policial que montó el Consistorio capitalino estaba preocupado por el cierre de Rafael Cabrera y el desalojo de las carrozas, así como la previsible riada de mascaritas que se dirigían hacia el parque de Santa Catalina a continuar la marcha.
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